jueves, 8 de noviembre de 2007

LAIKA Y LA CARRERA ESPACIAL



Un día 3 de noviembre pero cincuenta años atrás, un montón de gente festejaba en el centro de comando espacial soviético. La algarabía era generalizada.
Sin embargo, un hombre salió al exterior del edificio y sacó un pañuelo de su bolsillo para secarse los ojos húmedos: era el entrenador de Laika, la perrita que tripulaba la misión.

Un mes atrás, el Sputnik I inauguraba la carrera espacial. Pero ahora la URSS había lanzado el Sputnik II, más grande, más sofisticado y con un ser vivo a bordo.
Laika era una bonita perrita muy similar a un fox-terrier. Colocada en la cabina, se le habían adosado sensores que medían su frecuencia cardíaca, presión arterial y frecuencia respiratoria. Todo ello para medir "científicamente" cuánto resistía un ser vivo las condiciones espaciales, a sabiendas de que no iba a sobrevivir al experimento.

Nunca se dijo cómo pasó Laika sus últimos instantes. Las noticias del "éxito" de la misión ya estaban circulando por todo el mundo y opacaron cualquier pregunta que los amigos de los animales pudieran hacerse.
Pero en el año 2002, durante un congreso sobre viajes espaciales, uno de los responsables de la misión despejó las dudas y el misterio. Cuando el Sputnik II llegó al punto de separación entre el satélite y el lanzador, una parte del revestimiento térmico de la cabina se desprendió.
Por eso, ya a las cuatro horas del lanzamiento, la temperatura de la cabina era de 41 grados en vez de los 15 grados normales, y seguía subiendo. Una hora después, los sensores indicaban que Laika ya no daba señales de vida.

Supongo que si una persona tomara un perrito, lo pusiera en el horno de la cocina y fuera subiendo paulatinamente la temperatura hasta matarlo, sería confinada en una institución mental.
Pero, evidentemente, un ligero cambio de palabras o apariencias en una situación, logra opacar por completo el sentido común.

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